jueves, 2 de julio de 2009

Más música

Mirada roja, Arnold Schoenberg, 1910

Para rematar, de momento, esta etapa tan musical del blog, quiero recordar la polémica que hace cuatro años desató un artículo de Félix de Azúa publicado en EL PAÍS. Pego aquí el texto de Azúa, un par de contestaciones (de Carlos Bermejo Martín y José María Sánchez-Verdú) y la réplica del escritor catalán. Aunque circuló bastante por Internet es posible que alguien no la conozca.

TRIBUNA: FÉLIX DE AZÚA
Sólo quiero lo mejor para ti

EL PAÍS - Opinión - 10-11-2005


Uno de los más respetados musicólogos vivos, Richard Taruskin, autor de una historia de la música occidental en seis volúmenes que incluye un elegante capítulo sobre rock (Oxford), tuvo una iluminación en ocasión de uno de sus viajes a Moscú. La orquesta del Conservatorio interpretaba la Séptima sinfonía de Shostakovich cuando Taruskin acertó a ver en la expresión de los oyentes una apasionada emoción que rara vez había observado en los conciertos de música moderna. Como Pablo de Tarso en su camino hacia Damasco, cuenta el crítico que vio con cegadora claridad que se había equivocado totalmente. No sólo él, lo que habría carecido de importancia, sino el conjunto de la musicología occidental. Se percató de que la teoría, la historia y la crítica sobre la música del siglo XX había cometido un error monumental. La música que sobreviviría, la que seguiría oyéndose cien años más tarde, sería la de Shostakovich, no la de Schoenberg.


Una afirmación como la anterior todavía suena escandalosa o estúpida para buena parte de los críticos, teóricos e historiadores de la música. Y en España, más. Para aquellos que sean totalmente sordos a la música clásica les diré que equivale a afirmar que Hitchcock soportará mejor que Eisenstein el paso del tiempo, o que Spielberg es más importante que Tarkovsky. Lo cierto es que Shostakovich está cada vez más presente en la vida musical, en tanto que Schoenberg se mantiene donde siempre estuvo, con la exigua minoría de expertos. Y se le están muriendo los subscriptores.


La paradoja sobre el valor de las obras de arte es que éste parece no depender del público, pero, ¿es en verdad posible que una obra de arte sea extraordinariamente valiosa, aunque nadie o muy poca gente quiera oírla, verla o leerla? Quienes afirman, por ejemplo, que la música de Schoenberg es fundamental y en cambio otra más popular como la de Stravinsky, es trivial o incluso "mala" (así lo afirma Theodor W. Adorno, modelo de los defensores de Schoenberg), ¿no están diciendo, en realidad, otra cosa?


Según esta posición, la importancia de Schoenberg, de Webern, del serialismo, del dodecafonismo, de las secuelas de Darmstadt, del IRCAM o de otros centros de producción experimental, es independiente de que haya alguien que quiera oír sus productos. El Arte vive para sí mismo. Quienes deciden sobre su valor (dicen) son los expertos, los profesionales. El público no puede decidir el valor de la obra de arte, porque entonces sería más valioso un musical de Broadway que una ópera de Schoenberg.


Esta inacabable disputa es inútil. Juzgue lo que quiera el experto, en el caso de la música (como en el del teatro) quien decide es el público porque la música es un espectáculo. De modo que Gershwin, Britten, Prokofiev o Janacek seguirán sonando en las salas de concierto, pero Schoenberg (utilizo su nombre como metáfora) cada vez menos. Quizás esto sea lamentable, pero también es inevitable. La dificultad que plantea Schoenberg es de un orden totalmente distinto a la que plantean compositores exigentes y sin embargo accesibles como Bartók.


Es justamente esa dificultad lo que permite que el valor de la música de Schoenberg no lo decida el público de los conciertos, sino el teórico y el historiador que creen que la historia de la música tiene un sentido trascendental. Si la historia de la música tiene ese sentido, entonces Schoenberg es la consecuencia de una cadena causal que desde Wagner viene anunciando la llegada del Mesías (Schoenberg). El valor de esa música tan escasamente popular es un valor histórico, filosófico y (sobre todo) religioso, más que musical. Por "religioso" me refiero a la creencia o la fe en que los procesos artísticos, sociales, económicos, en fin, los relatos históricos, tienen un sentido y sólo uno, a diferencia de las novelas. Por ejemplo, que la historia del Arte muestra el proceso de autoconciencia de las artes, que la historia de Francia es la de la Libertad de su Pueblo, que la sociedad capitalista ha entrado en su fase terminal, y cosas semejantes. Quien así piensa, está obligado a tener a Schoenberg por un músico más importante que Stravinsky.


Cuando la importancia de un hecho, suceso, objeto o caso no la determinan aquellos que lo financian y sufren las consecuencias, sino los expertos, los historiadores y los teóricos metafísicos, entonces estamos en un medio ajeno a la democracia y típico de la tradición autoritaria europea. Que la gente disfrute con Tchaikovsky y se aburra con Schoenberg puede ser lamentable, pero que para salvarles de su error se les condene a oír al vienés a todas horas, es despótico. En general, eso no sucede porque los conciertos se pagan, pero allí donde el contribuyente carece de poder de compra, sucede con harta frecuencia.


Compárese con lo que está sucediendo en la surrealista gestación del Estatuto catalán. Los expertos, los historiadores, los teóricos y los profesionales catalanes han decidido que "históricamente" (sea esto lo que sea) Cataluña tiene más derecho que Murcia a cualquier cosa, que la nación catalana posee una existencia de orden metafísico previa a sus habitantes, y que en la jerarquía de las naciones Cataluña sólo es comparable a Francia y superior a España. Cataluña es un pedazo de Schoenberg fundado en razones trascendentales. De momento, el público español ha desertado las salas de conciertos donde suena el Estatuto y son los expertos quienes se ven obligados a hacer publicidad para que la gente se entusiasme, o a condimentar encuestas carísimas que confirmen lo acertados que estaban y el éxito loco de estos conciertos a teatro vacío. Su alternativa es tocar sólo para adictos a Schoenberg.


La iluminación de Taruskin, hombre formado en la filosofía europea del siglo XX, filosofía impregnada de historicismo hegeliano y mesianismo marxista, es tan sencilla como esto: el descubrimiento de la democracia. La palabra "democracia", como lo prueba la dudosa moralidad de quienes la usan sin descanso para justificar sus deshonestidades, está cargada de instancias éticas. Parece como si lo democrático fuera lo moralmente bueno, cuando en realidad lo democrático es simplemente el conjunto de mecanismos que se despliegan de un modo casi inevitable para el control y la dominación de sociedades masivas con enormes potenciales energéticos y económicos. La democracia es tan sólo una técnica social eficaz para mantener el orden en un medio cuyo estallido sería funesto. Este mecanismo puede utilizarse bien o mal, pero no es un estado de gracia. Los políticos novatos utilizan la palabra como los católicos usan la palabra "devoción", y se acusan unos a otros de no ser democráticos... ¡como si fuera posible no serlo! Sin embargo, "demócrata" equivale a: "concernido por el mercado". El político demócrata es aquel que se ofrece en un mercado donde hay competidores. Nada más.


Para Taruskin siempre fue cosa evidente que las novedades de la música dodecafónica eran técnicamente interesantes. También, que Schoenberg creía que su nuevo método llenaría salas de conciertos en lugar de vaciarlas. Pero a diferencia de la música de su discípulo Alban Berg, el público no ha aceptado la del maestro. De un modo creciente, la programación de obras de Schoenberg (no todas: insisto en que utilizo al pobre vienés como metáfora) se ha ido haciendo por respeto a la historia, por su interés técnico, por la fascinación que ejerce sobre los expertos, pero no porque el público lo reclame a gritos y agote las localidades. De ahí también que en la historia de la música de Taruskin aparezca un capítulo sobre el rock, como en la historia de la literatura francesa de Kléber Haedens apareció Simenon un buen día, para escándalo y horror de los académicos.


Lo democrático no es, por sí mismo, "bueno" sino "eficaz". Los deportes de masas, el turismo industrial, las grandes superficies como lugares de entretenimiento y consumo, o el arte actual, son fenómenos democráticos, espectáculos masivos, movimientos de millones de personas con colosales poderes económicos y escasa libertad. Se parece bastante al nazismo, con una diferencia esencial: los políticos democráticos procuran programar aquellos conciertos que les gustan a las masas, en lugar de adoctrinarlas con conciertos que las agobian y agreden. Pero en algunos lugares, los profesionales de la vieja política, los viejos historiadores, los teóricos y expertos de la escuela trascendental o nacionalista, siguen actuando como sacerdotes cuya obligación es conducir al Pueblo hasta el Valle de Josafat y enseñarle a comportarse debidamente. A los pobrecitos habitantes de esos lugares los machacan con una política eclesiástica, de formación al espíritu nacional, en línea con la militancia sacerdotal que destruyó a Europa en los últimos dos siglos. Felizmente, al cabo de unos años los ciudadanos acudirán al mercado para comprar el político que más les apetezca. Ya veremos si es Schoenberg.


Félix de Azúa es escritor.



Sólo quiero lo mejor para ti'
Carlos Bermejo Martín (compositor) - Madrid
EL PAÍS - Opinión - 17-11-2005

El hecho de denominar Mesías a una persona que como Schönberg fue perseguido por los nazis por, entre otras cosas, ser de origen judío, me parece de un gusto, cuanto menos, torpe.
Ya sólo por esta razón sería fácil refutar el extraño artículo de Félix de Azúa del pasado 10 de noviembre. Pero como además es ya tradición en muchos intelectuales españoles hacer de sus manías personales axiomas irrefutables, creo necesario aclarar lo siguiente:

De Azúa dice: "A Schönberg se le están muriendo los suscriptores". Si se refiere a aquellos que con tanto entusiasmo apoyaron personalmente su compromiso, le diré que en realidad ya murieron, pero, lo que son las cosas, casi 100 años después del comienzo del periodo atonal de Schönberg, aún seguimos hablando de él. Por desgracia, no veré cómo dentro de 100 años nuestros descendientes debatirán sobre la obra de Félix de Azúa (sin duda con la misma intensidad...), pero, mientras tanto, querría decir que don Félix ha tenido mucha suerte al asistir a los conciertos del IRCAM o Darmstadt (me imagino que si los nombra es porque ha estado alguna vez) y no tener nunca problemas de entrada. Yo, sin embargo, tanto en los mencionados como en los festivales de Witten, Stuttgart, Donaueschingen, Múnich, Salzburgo... y en Madrid (aunque parezca mentira), he tenido que soportar salas repletas y en más de una ocasión me he quedado sin entradas.

Aunque a De Azúa y a otros les pese, existe un público para Schönberg y para más compositores que no nacieron necesariamente hace más de 100 años. Éste es un público, al contrario que De Azúa, que no tiene problemas en disfrutar tanto con Schönberg como con Stravinsky, porque sabe que los dos son parte de la rica historia de la música, y además considera que la exclusión es ante todo ignorancia. Minoritario, pues sí, pero no inexistente. Por otra parte, la minoría de algo siempre se establece al comparar al menos dos cantidades, por lo que, afortunadamente, siempre tenemos la posibilidad de sentirnos minoría en alguna cosa (lo contrario sería un auténtico fascismo), por lo que todo y todos padeceremos en algún momento ese moderno auto de fe al que nos somete continuamente la "mayoría".

A estas alturas, por tanto, ni los oídos reaccionarios de Taruskin o Adorno ni nadie nos va a decir qué es lo que debemos escuchar (el mismo De Azúa cae en su propia trampa). Lo que sí debo decir es que el capcioso y arbitrario artículo al que me refiero me ha despertado las ganas de leer al completo el dichoso Estatuto, y, si puedo, lo haré en catalán.



Cultura de supermercado

José M. Sánchez-Verdú (Compositor, profesor de Composición de la Robert-Schumann-Hochschule de Düsseldorf. Berlín, República Federal de Alemania)

EL PAÍS - Opinión - 29-11-2005


El artículo del señor Azúa en EL PAÍS del 10 de noviembre es un ejemplo de la libertad de opinión que una democracia conlleva. Aunque ataque a nombres de la cultura como Schönberg, que son lo equivalente a Mies van der Rohe en la arquitectura, Joyce en la literatura o Kandinsky en la pintura. Es una muestra más de la ignorancia, sobre todo musical, que nos rodea. España cuenta con una cultura musical tan mínima como inexistente pese al reciente crecimiento del número de auditorios, orquestas, óperas etcétera, muchas veces con más pompa y cáscara que con verdaderos contenidos. La formación musical desde la infancia no existe, los conocimientos musicales posteriores son desastrosos, e incluso los estudios superiores de música aún no se rigen por un sistema universitario propio, como en todos los países avanzados culturalmente. La frase "yo de música no entiendo" es el estigma que lleva casi todo español. No está de más señalar que salvo unos pocos ejemplos (Gerardo Diego, Valente, etcétera), en España los intelectuales han estado de espaldas a la música en los últimos decenios, hasta un punto vergonzante si lo comparamos con escritores, poetas o filósofos de otros países (Adorno, Mann, Eco, Kundera, etcétera). Es normal que al señor Azúa no le guste Schönberg; con él estará una inmensa mayoría de españoles que no han oído ni su nombre ni su música.


Reivindicar el arte de consumo de mayorías como indicador de lo que es bueno es tan banal que no merece ni respuesta. Todo arte exigente y excelente no es en principio para mayorías, siempre ha sido así. De aceptar las ideas de supermercado de Azúa habría que excluir a Mallarmé, a Joyce, a Mondrian, etcétera, porque sus propuestas son "difíciles" y no aceptadas o "comprendidas" en un inicio por las grandes masas: ofrecen algo que a la vez exige, y eso no cabe en las ofertas del supermercado.


Afortunadamente, siempre existirá un arte de creación comprometido, difícil -el arte es una forma de transmisión de conocimiento, no sólo de diversión y espectáculo, como parece creer Azúa-. No podríamos aprehender una cultura sin el rigor y compromiso de los creadores que han arriesgado y abierto nuevos caminos. "Ningún arte, literatura o música estúpidos perduran. La creación estética es inteligencia en sumo grado" (G. Steiner, Presencias reales). Beethoven fue acusado de hacer ruido, de ser incomprensible; Bach, de ir contra las leyes de la música. ¿Dónde estarían los Azúas de entonces? Sin duda, también contra ellos.



Triste atraso de los avanzados

Félix de Azúa
EL PAÍS - Opinión - 09-12-2005


Ya sabía yo que ni siquiera tomando precauciones (¡mira que avisé de que "Schoenberg" sólo era una metáfora!) evitaría la indignación de un puñado de honestos trabajadores de la música. Hay asuntos que, en cuanto se tocan (la madre, la patria, la Virgen del Pilar, Schoenberg), hacen brotar a los defensores del honor perdido como setas en otoño.


A mi anterior artículo, en donde planteaba el inútil problema de quién decide sobre el valor de una obra de arte y la terca resistencia del público a aceptar la música de Schoenberg (algo que no sucede con otros artistas igualmente exigentes), le florecieron las contestaciones. Muchas, asombrosamente, por parte de españoles que ejercen de maestros de música en Alemania. Parecía un coro de Moisés y Aarón. Sin embargo, algunos profesores desafinaban. Uno de ellos me acusaba de antisemitismo, lo que da idea de la solidez de su pensamiento. Me chocó que escribiera "Schönberg". Al parecer ignora que el compositor se quitó la diéresis para distanciarse de la grafía alemana.


Más interesante era la carta de J. M. Sánchez-Verdú, cuya tarjeta de presentación (profesor de Composición de la Robert-Schumann-Hochschule de Düsseldorf. Berlín. República Federal de Alemania) podía parecer la de una marquesa de Serafín a quien no conozca estas escuelas de la Alemania profunda. Sus argumentos, en cambio, eran interesantes porque componían el arquetipo del moderno prehistórico que todavía se agita en algunos ambientes detenidos en 1970. Me van a permitir un análisis, argumento por argumento, dado su valor pedagógico.


Comienza diciendo que mi artículo es "un ejemplo de la libertad de opinión que una democracia conlleva", como si no le gustara nada, pero no hubiera más remedio que tolerarlo. Algo así como si admitiera que las mujeres pueden llevar pantalones, aunque sea de mal gusto. Luego dice que Schoenberg es el equivalente de Mies en arquitectura, Joyce en literatura y Kandinsky en pintura. Un poco precipitado. Algo ha cambiado en el panteón de las vanguardias históricas desde 1950. Mies el silencioso y Schoenberg el expresivo no son equivalentes, sino opuestos. Y Joyce, reconstructor de Homero, no tiene la menor relación con el armonista vienés que deconstruye a Bach. Añade el profesor: "(El artículo) Es una muestra más de la ignorancia, sobre todo musical, que nos rodea". Debería haber añadido: "Ignorancia de la que yo me he librado, y aquí estoy, oh, Señor, dando testimonio y repitiendo tópicos del Adorno de la posguerra".


Sigue luego una larga jeremiada sobre la ausencia de estudios musicales en España con la que estamos todos de acuerdo, ni musicales ni de ningún tipo, pero luego dice que "es normal que al señor Azúa no le guste Schoenberg", y ahí patina. No voy a defender mi amor por el vienés porque es algo trivial, lo que está en discusión no es un asunto de "gusto" (como quisieran los idealistas), sino de aceptación popular (como quieren los pragmáticos). El profesor continúa aferrado al elitismo modernista, persuadido de que el gusto musical por Schoenberg es superior, digamos, al gusto musical por Sibelius. Con ese planteamiento agonizó hace medio siglo la estética soberanista, incapaz de aceptar que los productos artísticos no son la manifestación de una Verdad Oculta y Superior, sino una propuesta para entrar en un juego social ritualizado. Los adornianos tienen problemas con el público, con el jazz, con Stravinsky, con la música de cine, con los juegos populares, que no tienen los benjaminianos.


En lo tocante al público, otro español en Alemania protestó indignado asegurando que cuando él acude a un concierto de Schoenberg tiene grandes dificultades para encontrar entradas ("incluso en Madrid", decía, como si fuera Puerto Urraco) y el teatro está siempre lleno hasta los topes. Seguramente se confunde de Schoenberg. Yo hablaba de Arnold, no de Jimmy Schoenberg. De todos modos, por profesionalidad periodística, hice una encuesta entre los programadores de Barcelona y fueron unánimes. Cuando programan un Schoenberg, siempre lo equilibran con Britten, Prokófiev, Falla o Mozart.


Tampoco es decisivo: el CD relativiza la cuestión. Dado que tengo medio centenar de grabaciones de Schoenberg, eso significa que otros doscientos mil, tirando corto, también las tienen. Lo cual traslada el interrogante a otro lugar más noble. Ya que nos obligan a hablar del Schoenberg real y no del metafórico, digamos que emprendió una revolución armónica a comienzos del siglo XX que ya había fracasado cuando se estableció en California a finales de los años treinta. El dodecafonismo es hoy una curiosidad histórica similar al trobar clus. Dudo de que los músicos jóvenes se empeñen en componer con esos mimbres, a menos que hayan decidido vivir eternamente de subvenciones públicas. No obstante, ése es el aspecto más atractivo de Schoenberg: su fracaso (que no comparte con Webern y Berg). No se equivocaba Thomas Mann cuando lo eligió como símbolo de la hecatombe germana. Su importancia negativa es indudable, ya lo dije en el artículo anterior, pero eso no lo hace más popular. Representa un final, no un comienzo.


El profesor se desuela luego: "Reivindicar el arte de consumo de mayorías como indicador de lo que es bueno es tan banal que no merece ni respuesta". Lástima. Sería interesante conocer la respuesta. Sobre todo porque luego viene ese topicazo de que "el arte exigente no es para mayorías" y que "no cabe en las ofertas del supermercado". Mi abuela estaba más al día. La parte viva de la estética actual lleva años demoliendo el romanticismo con naftalina que se prolongó hasta la escuela de Nueva York y Clement Greenberg. No puedo encargarme ahora de su tutela, bastante tengo con mis alumnos, pero por lo menos el profesor Sánchez-Verdú podría leer el clásico de Noël Carroll Mass Art (Oxford, 1998). A lo mejor le ayuda a vivir con menos pretensiones y a respetar un poco más los supermercados.


Este asunto de Schoenberg puede parecer esotérico a muchos lectores de EL PAÍS, lo que ya da idea del éxito del compositor y lo llenos que están los teatros donde se le interpreta, pero es asunto general y severo de una vieja escuela autoritaria. Por eso lo puse yo como ejemplo equivalente del concierto del Estatuto catalán, otro modelo compositivo admirable, de finísima inteligencia, elogiado por expertos y entendidos, novedoso y audaz, pero condenado a no ser aceptado por un público que no está para finuras de laboratorio, porquebastante tiene ya en su casa. Si tiene casa. No es el mejor momento para ensayar un nuevo despotismo ilustrado a la manera de la vanguardia del proletariado.


Podríamos presentarlo de este modo: hasta los años sesenta del siglo XX, era una verdad establecida que los juicios artísticos y culturales precisaban una preparación técnica y científica, sin la cual no podía ejercerse un juicio adecuado. Todavía hay compositores que justifican sus partituras diciendo que han usado modelos fractales o la serie de Fibonacci, como si no fuera suficiente oírlas. El proceso de transformación de la vieja cultura burguesa en industria cultural, del Arte en espectáculo de masas y de las obras de arte en objetos del turismo global sitúan las cosas en otro contexto. En el que, por cierto, no está de más darse una vuelta por la filosofía. La mejor amiga de las artes en estos momentos expansivos.


Uno puede negar rotundamente el derecho de las masas a introducir los productos de las artes en su vida junto a la gastronomía y el fútbol, como exige nuestro profesor de música, pero esa manifestación de impotencia está condenada a figurar junto a todas las posiciones reaccionarias de la historia. La exclamación "¡ya no pintan vacas, sólo manchan las telas!" es una queja exactamente equivalente a "¡cuánta ignorancia, han pasado cien años y no aceptan a Schoenberg!". Ambas quejas están diciendo: "¡No entiendo nada de lo que está pasando!".


Desde los hermanos Schlegel sabemos que la democracia no le sienta bien al Arte (siempre que va con mayúscula, es el hegeliano). Como profetizó Benjamin hace casi ochenta años, la democracia ha matado al Arte. Por fortuna, eso ha liberado una legión de artes (gráficas, plásticas, sonoras, visuales, virtuales, corporales...) que se adaptan perfectamente a la democracia de masas. Con un éxito notable. Y ya iba siendo hora. No se veía nada igual desde las caóticas fiestas de los Dada.


Asunto totalmente distinto es que aceptemos, o no, la democracia de masas.

39 comentarios:

j. aguilera dijo...

A mi el artículo de azua me parece una tontería. Cualquiera puede tener la visión estética que considere, y me será muy respetable. Pero también hay que aplicar los mismos razonamientos a todo: Si lo mejor es lo más aceptado por el público, no hay motivo para restringirlo a ese pequeño coto de caza de la música clásica, hay que aplicarlo a todo; britney spears ha vendido más que shostakovich y schönberg juntos.

De las referencias políticas ni hablo

parisstroke dijo...

El texto de Felix de Azúa posee un tono "populista", más que "pop". Una cosa es recoger la imaginería popular, iconos de consumo, organización de mercado... como parte intrínseca de la obra de arte contemporánea, y otra sugerir que la elección "masiva" de una obra de arte resulte el criterio suficiente y necesario para su supervivencia a lo largo de los años.
Aunque pretenda haber elegido a Schoenberg como "ejemplo" al azar (¿a quién más pudo haber elegido? ¿Existe alguna figura comparable ?) para ilustrar su texto, deja demasiadas lagunas sin solucionar.
La obra de arte, aunque convertida -es cierto- en objeto de consumo, posee la capacidad de influir en otras distintas, de cambiar un modo de pensar. Schoenberg ha sido el que mejor ha explicado la necesidad de un cambio armónico radical, y eso, no depende del número -cantidad y no cualidad- de los oyentes que posee actualmente. El arte de consumo "rápido" posee también como contrapartida un "agotamiento" estético y conceptual casi instantáneo. Dicho de otra manera, lo que rápidamente entra por los oidos o los ojos, en una primera escucha, permanece menos tiempo y no desencadena procesos de pensamiento posteriores.
De alguna manera el propio Schoenberg era consciente de la dificultad de sus composiciones, como lo demuestra el hecho de ofrecer
Pienso en Stokowski, que fuera director de la orquesta sinfónica de Filadelfia, y gran defensor del "arte para todos". La música para la película de Disney Fantasía es uno de sus trabajos más conocidos. Pretendía un arte democrático y que llegase a todo el mundo, gracias al empleo de los medios de comunicación de masas. Ello no le impidió convertirse en uno de los grandes introductores de la música de Schoenberg y Berg.

Desde los hermanos Schlegel sabemos que la democracia no le sienta bien al Arte (siempre que va con mayúscula, es el hegeliano). Como profetizó Benjamin hace casi ochenta años, la democracia ha matado al Arte. Por fortuna, eso ha liberado una legión de artes (gráficas, plásticas, sonoras, visuales, virtuales, corporales...) que se adaptan perfectamente a la democracia de masas. Con un éxito notable. Y ya iba siendo hora. No se veía nada igual desde las caóticas fiestas de los Dada. Asunto totalmente distinto es que aceptemos, o no, la democracia de masas.

Demasiada contradicción en un solo párrafo. ¡Cómo si los dadaistas obtuviesen éxito de público arrollador! Nada tiene que ver la concepción de formas artísticas que rompen con tradiciones anteriores con la aceptación "democrática" de las mismas. Más bien, confunde formas democráticas (en la que es indispensable el respeto por la minoría..), con comunales. Pensemos en el realismo soviético y su capacidad para "llegar" -¿no es así como gustan de llamar a ese proceso rápido e indoloro- al pueblo. Azúa defiende, lo "bonito", lo "cuco", lo que gusta a todos.

parisstroke dijo...

Perdón, el penúltimo párrafo debiera ir en cursiva o entrecomillado... citado.

Anónimo dijo...

Vale que no os tomeis en serio las perogrulladas de los hartistas, vale que Avelina Lésper no es precisamente Gombrich, pero... ¿tampoco os vale Félix de Azúa? Está claro que la vanguarditis hace estragos.

parisstroke dijo...

Mi máximo respeto para Felix De Azúa (nada que ver con los otros que nombras, anónimo). Un buen tema que éste ha planteado, con buenas respuestas incluidas, bien merece un comentario. (conste que no pretendo responder a F. De Azúa -no soy quien de hacerlo-, tan sólo subrayar algunos aspectos que encuentro "chirriantes"...)
No creo que sea vanguarditis tratar un tema ya clásico (el de la alta y baja cultura), y sobre un personaje de hace más de un siglo. Hace poco leí -no recuerdo dónde- que lo único que le hacía falta a schoenberg para pasar a formar parte definitiva del imaginario colectivo era una buena banda sonora con su música en una buena película, tal y como sucedió con Mahler y "Muerte en venecia".

Carlos Aguilera dijo...

Unas palabras de alguien que vive del negocio de la baja cultura sobre las diferencias entre la alta y la baja y... Schoenberg:

"My roots, as far as music, are perhaps diverse sometimes. Sometimes you try and find a way to reconcile the diversity of your influences. So you listen to Elmer Bernstein and you listen to Skip James and you like 'em both. And though you'll never see them on a bill together, they can be on the bill together in you, right? In some way, in some form or another or on your record, you can have elements of those styles. It's really my wife that started helping me see that you can find the place where Leadbelly and Schoenberg overlap."
-Tom Waits, 1999.

Rubén dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios.

Ahora no tengo tiempo para comentar nada; sólo diré que subtitularía el artículo de Félix de Azúa con un "La que soy capaz de montar para acabar metiéndome con los nacionalistas." Si Aznar o Rosa Díez tuviesen su talento puede que incluso yo les hubiese votado alguna vez.

j. aguilera dijo...

Anónimo dijo...
Vale que no os tomeis en serio las perogrulladas de los hartistas, vale que Avelina Lésper no es precisamente Gombrich, pero... ¿tampoco os vale Félix de Azúa? Está claro que la vanguarditis hace estragos.


Yo digo:
Dicho rápidamente, me importa una mierda si lo dice Félix de Azua o lo dice el papa, mantengo lo que he dicho: si mantenemos el criterio de que lo más popular es mejor, sin duda Abba + Julio Iglesias > Toda la historia de la música clásica. ¿Os parece un criterio de calidad aceptable?

Rubén dijo...

Como mínimo hay algo importante que De Azúa no dice sobre Schoenberg en su artículo, y que está implícito en las palabras de Tom Waits. Se trata de lo mismo que tendenciosamente obvian los que sólo ven la vanguardia como un callejón sin salida. Y es que eso que los pioneros se atreven a hacer puede que no instaure movimientos, ni escuelas, pero a la larga sirve para que los artistas posteriores beban de aquéllos (sea en el sentido que sea). Es ridículo decir que a Schoenberg "se le están muriendo los subscriptores" cuando hay tipos como Waits que todavía se topan con él y le sacan partido (por no hablar de quienes regularmente vienen haciendo tal cosa dentro de la música sinfónica). Esto vale para el Schoenberg-metáfora (es decir, Duchamp, Warhol, Cassavetes...) o para el Schoenberg-individuo, a quien, aunque diga lo contrario, De Azúa se refiere muchas veces, como apunta Parisstroke.

Por supuesto que Stravinski goza de mayor predicamento, pero que nadie se engañe: lo hace para quienes también conocen -y respetan- a Schoenberg. Si esto es así, ¿hay algo malo en ser segundo? No todos pueden ser Picasso, pero tampoco está mal ser Vlaminck, o Léger, o Kirchner, vamos, digo yo. Por otra parte, ¿todo se reduce a determinar quiénes son los ganadores y los perdedores en el imaginario colectivo? ¿Todo -como dice Fiasco cuando menciona a Britney Spears- al Top Ten de los más escuchados?

Eso parece, a tenor de esta perla de Félix de Azúa:

"Cuando la importancia de un hecho, suceso, objeto o caso no la determinan aquellos que lo financian y sufren las consecuencias, sino los expertos, los historiadores y los teóricos metafísicos, entonces estamos en un medio ajeno a la democracia y típico de la tradición autoritaria europea. Que la gente disfrute con Tchaikovsky y se aburra con Schoenberg puede ser lamentable, pero que para salvarles de su error se les condene a oír al vienés a todas horas, es despótico. En general, eso no sucede porque los conciertos se pagan, pero allí donde el contribuyente carece de poder de compra, sucede con harta frecuencia."

Digo "parece", porque en mi opinión la salida de tono de este hombre tan preocupado por la democracia (¿dónde, me pregunto yo, le condenan a uno a oír a Schoenberg a todas horas?), no viene motivada por nada que tenga que ver ni con la música ni con el arte. Lo que le tenía frito a De Azúa hace cuatro años era el Estatut de Catalunya. Lo que sigue sin soportar es el nacionalismo, y para poder acabar tildando de antidemocrática una iniciativa que en realidad respaldó el ochenta por ciento del Parlament, decidió embarcarse en la rocambolesca operación de inventarse una especie de "dictadura schoenbergiana" con la cual establecer el símil. De una cosa pasamos a la otra como si nada (no sé si en algún momento De Azúa cayó en la cuenta de que comparar a Maragall con Schoenberg era algo que sobrepasaba con mucho los elogios de los más enfervorizados apologetas del ex-president).

Esto no es nuevo, ni muchísimo menos. Su Diccionario de las artes está plagado, sin venir a cuento, de referencias antinacionalistas que, más que aportar contenido, reflejan la obsesión que persigue al autor barcelonés allá donde va o escribe.

Dicho esto, tengo que decir que para mí Félix de Azúa es un ensayista excepcional. De los mejores. A menudo establece puentes entre ideas aparentemente irreconciliables, conexiones insospechadas, y esto es algo que sólo alguien con mucho talento puede hacer. ¿Cómo lo consigue? ¿Cómo consigue convencernos tantas veces? En buena medida gracias a que escribe extraordinariamente bien. Esto es ya para quitarse el sombrero. Cultura, obviamente, le sobra. Se pasa de irónico continuamente, pero tengo claro que si mañana supiéramos que un meteorito va a destruir la Tierra en el plazo de un mes, sus artículos serían los que me gustaría disfrutar a diario antes de que todo desapareciese.

Brasas dijo...

Félix de Azúa TIENE RAZÓN, eso se nota leyendo su texto y se confirma leyendo también vuestras febles críticas, empezando por la respuesta del llorica ese que se indigna porque Azúa usa la palabra "mesías" aplicada a un judío exiliado (jóder qué ocurrencia!, y contento de ella va y dice: "Ya sólo por esta razón sería fácil refutar el extraño artículo de Félix de Azúa") ;D
Pareciéndole que refutarlo así no es extraño sino demasiado fácil, opta por otra vía igualmente fácil, la de malentenderlo -en la misma línea que sigue Fiasco cuando nos habla de Britney Spears y ABBA-
Francamente yo no veo que Azúa pretenda "decirnos lo que tenemos que escuchar" ni que afirme que los estilos de música que más se venden son por eso los mejores.
En cambio sí que veo que dice una cosa sumamente interesante, en la que ninguno reparáis:
"... que los productos artísticos no son la manifestación de una Verdad Oculta y Superior, sino una propuesta para entrar en un juego social ritualizado."
Se comprende que su artículo no va contra Schoenberg -insigne PEÑAZO- sino contra esa especie de casta sacerdotal ridícula que decide lo que es bueno y te lo hace sufragar y tragar aunque no te guste, "por tu bien"...

j. aguilera dijo...

jeje

Brasas, creo que ahora estás haciendo lo que normalmente criticas de lo conceptual: estás escuchando una comunicación y viendo en ella el mensaje que tu quieres leer. Todo acaba en "casta sacerdotal" del arte; pero, ¿Es acaso especialmente sacerdotal la casta de Schonberg (o la de Cage, o la de Stockhausen, que todos sabemos de lo que estamos hablando)? ¿Lo es más que la de Stravinski o la de Bach?

Tu, Brasas, has dicho:
(...)contra esa especie de casta sacerdotal ridícula que decide lo que es bueno y te lo hace sufragar y tragar aunque no te guste, "por tu bien"

A mi me parece fundamental que la música clásica de subvencione, que te la hagan sufragar a ti y a mi para que perviva en un ambiente en el que no puede competir. Pero eso no afecta a Schonberg, afecta a enormes parcelas de la música clásica que está subvencionadísima, y no afecta al arte contemporáneo, afecta a montones de museos estatales de pintura barroca.

Así que vuelvo a lo mismo, porqué cuando nos gusta lo que se subvenciona todo está perfecto, pero cuando no nos gusta resulta que una casta sacerdotal nos obliga a pagarlo haciéndonos creer que es interesante cuando no lo es.

Brasas dijo...

Fiasco, es que voy más lejos de lo que has notado:
Yo realmente me creo que los productos artísticos sirven "para entrar en un juego social ritualizado", (igual me dá que ese juego se llame el Festival de Benicasim o la Temporada de Opera de Oviedo). En nuestra sociedad mucha gente gusta de esos espectáculos y ritos, hasta el punto de estar dispuesta a pagar por verlos, así que las sacralizaciones de arte, subvenciones a espectáculos, sacerdotes parásitos y museos-bluff, para mi gusto sobran.

(Todo esto por responderte, pero es meramente lo que yo pienso, casi nada que ver ya con el debate sobre Azúa ;)

Rubén dijo...

Bueno, bueno, pues si Félix de Azúa TIENE RAZÓN con mayúsculas a lo mejor deberíamos callarnos todos, o mejor: escondernos debajo de una piedra. De todos modos, yo voy a insistir un poquito.

Coincido en que acusar a De Azúa de antisemita es absurdo y se sale del tema. Pero creo que cuando Fiasco habla de Britney Spears no le "malentiende" en absoluto. Es De Azúa quien lo fía todo, en la música, a la respuesta del público, argumentando que ése es el baremo que rige el espectáculo. Pero si seguimos por ahí, es tan cierto que Stravinski o Shostakovich "ganan" a Schoenberg como que Britney Spears les "gana" a todos ellos.

Además dice: "Para aquellos que sean totalmente sordos a la música clásica les diré que equivale a afirmar que Hitchcock soportará mejor que Eisenstein el paso del tiempo, o que Spielberg es más importante que Tarkovsky". Y yo me pregunto: ¿más importante para qué? ¿Para romper la taquilla? ¿Para ganar en Cannes o Venecia? ¿Para que algunos hagan tesis doctorales sobre cine y filosofía? Son cosas muy distintas, todas muy respetables, y es fácil darse cuenta de que algunos de estos cineastas sirven mejor que otros para conseguir cada uno de esos objetivos.

Por supuesto que la idea de fondo del artículo es meterse con los especialistas que piensan que determinadas opciones artísticas y, sobre todo, políticas (insisto: esto es lo que a De Azúa le interesa de verdad) son más valiosas que otras. Pero, ¿no es lo mismo que hace el propio De Azúa cuando continuamente despotrica en contra del nacionalismo, suponemos que porque prefiere no sé qué clase de internacionalismo? Las ideas de gente como él gozan de gran predicamento, nadie lo duda. Pero, aunque le pese, "el enemigo" sigue vivito y coleando. La realidad es que ni a Schoenberg ni a los nacionalistas se les están "muriendo los subscriptores."

Yo, que valoro mucho las opiniones de Félix de Azúa, no puedo suscribir cosas como: "Juzgue lo que quiera el experto, en el caso de la música (como en el del teatro) quien decide es el público porque la música es un espectáculo." No puedo reducir el asunto (al menos no todo el asunto) a la opinión del público general, porque ello me obligaría, cuando hablamos de política (ese otro "espectáculo"), a tener sólo en cuenta el resultado de todas las elecciones que ha habido en Cataluña, en las el nacionalismo suele ser opción mayoritaria. Tendría que decirle al experto De Azúa: "ahórrese sus artículos de erudito, limítese a consignar lo que la gente libremente vota." Y el problema es que no quiero perderme la opinión de especialistas como él.

Brasas dijo...

"Juzgue lo que quiera el experto, en el caso de la música (como en el del teatro) quien decide es el público porque la música es un espectáculo."

Si no quieres suscribir éso -o quieres pero "no puedes" ;D- será que estás usando un concepto de "público" absurdamente monolítico. Que haya un público masivo para la Britney Spears no impide que haya un público casi igual de grande y fashion-victim para Dylan, y tampoco impide que miles de grupos con mucho menos nombre tengan también su público y llenen salas.
El problema con Schoenberg y otros muchos artistas de laboratorio, es que pasan los decenios, los lustros... y sus experimentos continúan siendo un tormento, salvo para cuatro "eruditos" (sin comillas para el que crea en ellos). Bien, pues que esos cuatro "eruditos" se paguen a escote el concierto y lo disfruten!
Lo que resulta aberrante es la DESPROPORCIÓN de recursos y gasto público que suponen muchos artistas vanguardistas y museos contemporáneos en comparación con la ínfima demanda real que luego tienen.
Y ¿por qué ocurre esta aberración?
Porque hay una casta de enchufados que justifican su cargo decidiendo ellos lo que el rebaño QUIERE escuchar y ver "por su bien".
Contra ese paternalismo cultural y político va el artículo de Azúa, de ahí su título.

Carlos Aguilera dijo...

No deja de resultar curioso que esos artistas de "ínfima demanda real" sean también "de laboratorio" y generadores de "tormentos". A ver si va a ser una mera cuestión de gustos musicales.

Por otra parte es lógico que la investigación y la innovación se subvencionen en todos los campos (el artístico incluido). Lo que es absurdo es subvencionar Operación Triunfo. Teóricamente las opciones con demanda masiva siempre van a estar promovidas por el mercado, así pues, no está demás que, gracias al dinero público, algunos puedan disfrutar de un concierto de Schönberg o de una conferencia de un Catedrático de la Universidad de Chicago. No supone tanto gasto, o

j. aguilera dijo...

Completamente de acuerdo con Carlos: la razón de ser de las subvenciones es ayudar a mantener lo minoritario, la desproporción de dinero que entra y sale es intrínseca a ese tipo de subvención.

Pero, de todas formas, Brasas, yo soy una persona metódica para este tipo de cosas; nos dices que los recursos y el gasto público son desproporcionados respecto a la demanda real. En base a que? No puedo aceptar esa postura si no escucho datos que me digan que realmente tienes fundamento para decir eso

Brasas dijo...

Compañeros, no haré más pedagogía; en el comentario anterior ya expliqué mi punto de vista sobre el tema de Azúa todo lo claro que pude, y no voy a crear un blog mío dentro de un post de Rubén ;D

Rubén dijo...

Efectivamente es "aberrante la desproporción de recursos y gasto público que suponen muchos artistas vanguardistas y museos contemporáneos en comparación con la ínfima demanda real que luego tienen." Casi tanto como la desproporción entre el gasto público de todo el Ministerio de Cultura (más el de todas las Consejerías autonómicas de Cultura, más todas las Concejalías municipales de Cultura, más todas las instituciones culturales de titularidad pública) y la ínfima demanda real que tiene en nuestra sociedad cualquier actividad relacionada con la cultura. El porcentaje de la población que lee más de un libro al año (y estamos siendo generosos) es, como sabemos, mínimo. El porcentaje de los que ven siquiera una película en el cine al año es un poco mayor, pero no mucho más. El de los que van alguna vez al año a ver una exposición de arte (pintura incluida) ni te cuento. De los que se acercan a escuchar a Schoenberg o a Stravinski (o a Mozart) mejor ni hablemos. Está claro: demasiado gasto. Debemos acabar con todo ese gasto público desmesurado -mero paternalismo- que sólo alimenta los intereses de una minoría snob. Pero por favor, más pedagogía: digámoslo claramente.

Brasas dijo...

Si la cultura es un páramo como el que describes, razón de más para recortar todos esos presupuestos: Para que sólo sean cultos en definitiva los pocos que de verdad tienen esa VOCACIÓN, no hace falta tanto chupón interpuesto, ni tantos decenios de dinero tirado (ojo, tirado respecto al objetivo, no porque no se lo lleve alguien :D)
Dí la verdad:
¿Eres tú más culto por el último patote de hormigón que tu alcalde haya decidido encargar al escultor afín (gañán) de turno?

Carlos Aguilera dijo...

Desconozco si tu último comentario, Juan Brasas, es o no pedagógico, pero te agradecería que me explicases cuál es la relación entre un concierto de música de Schönberg y el "patote de hormigón de tu alcalde", más allá de que se emplee -¡santo cielo!- dinero público en ambos casos.

Seamos un pelín serios (además de pedagógicos) y salgamos del pequeño círculo en el que la gente "tiene que tragar" a Schönberg. Si hacemos una encuesta descubriremos que sólo un 1% de la población española sabe quién fue este hombre. ¿A quién se lo hacen tragar? ¿A los 40 millones de ciudadanos que descubrieron quiénes eran Bustamante y Bisbal gracias a un programa de TVE?

Un saludo.

Brasas dijo...

Lo malo de responder a varias bandas es que cada uno quiere hablar de una cosa, pero en fín...

Carlos: De lo que hablo en mi último comentario es de presupuestos de cultura, en respuesta/pregunta a Rubén que sacó el tema. Si a tí sólo te interesa hablar de Schoenberg (versus O.T.) explícate a tí mismo qué relación tiene con ellos ese "catedrático de la Universidad de Chicago" que te trajiste a dar una conferencia, seguramente muy seria :D
También insinuaste antes algo sobre los "gustos musicales"... Bueno, a mí Bisbal y Schoenberg no me gustan y Tom Waits sí; pero no creo que se deba subvencionar a ninguno de los tres, ni siquiera por ser "investigador" o "minoritario"...

Lo MINORITARIO -y aquí entraríamos en el tema de Fiasco- dista mucho de ser abarcable o "mantenible":
¿Se puede subvencionar a todos los compositores y escultores que desearían recibir un encargo público, ya que no un cargo? ¿y de paso las películas de todos los niños de papá que quieren ser "director de cine"? ¿y de paso dar un sueldo-a la holandesa- a todos los performers y pintores que hacen cada día lo que les sale de la Sensibilidad? y así podríamos seguir, con todas las personas que se sienten creativas y querrían ser coreógrafos, escenógrafos, decoradores, cantantes de rock o pop, dramaturgos, escritores, curator...
Si vas a un taller cualquiera de Bellas Artes, o de Manualidades, todos se creen que están "innovando", "experimentando" y creando Cultura!! xD

Yo creo que no hay dinero para mantener a tanto fantástico, y como está visto que tampoco hay criterios objetivos para medir el talento artístico, lo mejor es que quien lo tenga lo emplee en salir a flote por si mísmo. Las subvenciones son, sencillamente, TRATOS DE FAVOR; por eso tienden a ir siempre a los amiguetes...

Rubén: Espero que esta digresión no te impida contestar :D

Rubén dijo...

¿Contestar a qué?

Brasas dijo...

Contestar a esto:

Si la cultura es un páramo como el que describes, razón de más para recortar todos esos presupuestos: Para que sólo sean cultos en definitiva los pocos que de verdad tienen esa VOCACIÓN, no hace falta tanto chupón interpuesto, ni tantos decenios de dinero tirado (ojo, tirado respecto al objetivo, no porque no se lo lleve alguien :D)
Dí la verdad:
¿Eres tú más culto por el último churro megalómano que tu alcalde haya decidido encargar al escultor afín (gañán) de turno?

Carlos Aguilera dijo...

"¿Cuál es la relación entre un concierto de música de Schönberg y el "patote de hormigón de tu alcalde"?"

Es fue mi primera pregunta, que no tiene que ver con ninguna comparación con O.T.
No pensé que tuviera que explicarme, en fin. Lo de OT no lo he utilizado como comparación cualitativa frente a Schönberg sino para constatar lo extraño que resulta leer a alguien afirmar que se nos obliga a "tragar" al compositor, cuando, en realidad, no le conoce ni el tato. Y ha eso no es contestado, amigo Juan.

Entiendo que en tu respuesta a Fiasco "Las subvenciones son, sencillamente, TRATOS DE FAVOR" encontraré la respuesta a la pregunta que encabeza este comentario. El "patote" y el concierto de Schönberg se parecen en que están subvencionados. Si eso es así, nada que añadir ni que objetar.

Respecto a la conferencia del "catedrático de la Universidad de Chicago" decir que, naturalmente, de puro seria, resultó plúmbea, como todas las conferencias, como todos los catedráticos, como todo Chicago, vamos.

Aguilera dijo...

Vaya despropósito ortográfico de comentario escrito deprisa y sin corregir: perdonadme todos el "Es" que debiera ser un "Esa" y ese espantoso "ha" en lugar de "a".

Brasas dijo...

Que nos lo hagan "tragar" es en sentido figurado (como cuando nos dicen que una novela es "infumable" sin hacer la comprobación física)... excepto en el caso de Schoenberg que es el equivalente musical del aceite de ricino y objetivamente se sirve combinado con cosas de sabor agradable para que el paciente no huya.

-Cada vez que mandáis un comentario sin corregir podéis causar tribulación a Rubén, tenedlo en cuenta ;D-

Rubén dijo...

Si como mínimo la gente se preocupa por su redacción más de lo habitual cuando escribe aquí, este blog ya sirve para mucho más de lo que me imaginaba.

Como no te apliques también tú el cuento y me reformules la pregunta

"¿Eres tú más culto por el último churro megalómano que tu alcalde haya decidido encargar al escultor afín (gañán) de turno?"

... no voy a poder responderte, porque no la entiendo. Lo de escribir mal suele quedarse en mero atentado contra la estética, pero en ocasiones -lo digo sin ironía- la cosa es mucho más grave: impide la comunicación. ¿Qué función cumple ese "por" en tu pregunta? ¿Quieres decir que lo que me hace más culto es el churro de mi alcalde (por su causa; extraños poderes)? ¿O es que soy más culto porque se supone que me gusta el churro? ¿O me preguntas que si creo ser más culto que Abel Caballero?

(Para quien no lo conozca Brasas se refiere a un proyecto de Rafael Moneo -que por cierto a mí sí me gusta, en principio- para el nuevo ayuntamiento de Vigo: http://www.coagvigo.es/es/taboleiro/proyecto-moneo )

Rubén dijo...

Creo que Juan, Brasas o como se llame no se refería al proyecto de Moneo. Ya no sé a qué se refería con esa frase retorcida.

Por lo demás: que sí, que nos ha quedado claro. Si de ti dependiese eliminabas los ministerios, consejerías y concejalías de Cultura, pues te parece que chupan la sangre a todos para después contentar a sólo unos pocos. Esa concepción no es nueva, gusta mucho a la derecha y es muy respetable (yo no la comparto). Sería más pedagógico ir de frente, con la ideología por delante, y no esgrimir argumentos demagógicos e infantiles como escandalizarse con preguntas como "¿Se puede subvencionar a todos los compositores y escultores que desearían recibir un encargo público, ya que no un cargo?" No, Brasas, no se puede subvencionar a todos, por eso sólo se subvenciona a algunos.

parisstroke dijo...

Enlazo un link a un video en el que Glenn Gould -un tipo poco sospechoso de vivir subvencionado- comenta su parecer sobre schoenberg, webern y berg. Supongo que enfurecerá a más de uno, por poseer Mr. Gould cientos de atributos que lo convierten en el colmo del elitismo. Pero, no debemos confundirnos, su público era "masivo" en la época. Y cuando dejó de dar conciertos sus discos también lo fueron-naturalmente nunca al nivel de Britney...

http://www.youtube.com/watch?v=DhKWTVTl5Y4

Brasas dijo...

No me refería a Moneo, la pregunta era genérica:
Dí por hecho que todos los alcaldes pagan con dinero público esculturas que jamás pagarían de su bolsillo aunque sean ricos, -(cambié la frase de "patote de hormigón" a "churro megalómano" para no excluír injustamente a los múltiples cagarros que se realizan también en bronce o hierro ;D). Para mí son un ejemplo muy ilustrativo del bluff cultural: Se cargan al presupuesto de cultura porque se supone que "enriquecen culturalmente al ciudadano", patraña que personalmente no soporto. A lo sumo concentran el horterismo en un punto, para que el ciudadano no se indigne de la mierda de urbanismo especulativo en la que ha de vivir.

Escuchar a Glenn Gould sí me parece cultural y -como leer a Cervantes y tantas otras cosas realmente culturales que hay en las bibliotecas- es prácticamente gratuito.

Brasas dijo...

Rubén, una duda última: He notado que siempre que se te acaban los argumentos sales con algo tipo:
"¡Dílo claro, tu lo que pasa es que eres de derechas!"

-(Yo lo llamo "el comodín de la derecha" xD)-
Mi duda es: ¿lo empleas aposta (conscientemente), o te sale espontáneo, de la pura impotencia?

Rubén dijo...

A veces me sale de manera espontánea, otras -como en esta ocasión- lo pieno mogollón antes de decirlo; ya sabes que para mí se le puede sacar partido tanto a lo racional como a lo irracional (aquí te pondría una carita de ésas que tanto te gustan, si no fuese porque me parecen un recurso demasiado cursi para hombretones del norte como tú y como yo).

Sobre "la derecha" creo que me ganas en complejos; no entiendo por qué te parece que sacar el tema tiene que suponer ninguna salida de tono. Sólo se trata de una característica más de las personas.

Es estupendo que "escuchar a Glenn Gould sí te parezca cultural" (afina un poco más, por favor, sino voy a pensar que valen lo mismo Gould y la empanada de bacalao con pasas). De todas formas, ¿sólo te lo parece cuando toca o también cuando habla? Lo digo porque en el interesante vídeo que nos ha enlazado Parisstroke yo he descubierto a un crítico fantástico.

No me aclaras si tampoco te parece bien que se subvencione a unos pocos (que es lo que sucede realmente) en lugar de a "todas las personas que se sienten creativas", frase conmovedora tuya que sólo describe la generosidad de los Ministerios de Cultura que te tienes montados en tu imaginación. Por cierto: las subvenciones son en muchas ocasiones "tratos de favor", sí, pero te aseguro que no siempre lo son. Para mí la opción no es eliminarlas, sino gestionarlas honestamente.

Lejos de rebatir, insistes en la demagogia, con perlas como que "todos los alcaldes pagan con dinero público esculturas que jamás pagarían de su bolsillo aunque sean ricos", obviando que en realidad lo que ocurre es que, lógicamente, ninguno de esos alcaldes se gastaría de su bolsillo ni una peseta en contratar a Dylan o a Tom Waits para su fiesta de cumpleaños, ni se compraría cuadros de Rembrandt para colgar en su casa, ni encargaría a Cronenberg el vídeo del bautizo de sus hijos (una verdadera lástima que no suceda esto último). Tampoco creo que construyesen con dinero propio -aunque pudieran- campos de fútbol, hospitales o colegios. No sé si lo captas. Me refiero a entender en qué consiste gastar, desde el ámbito público, las partidas destinadas a cultura, educación o salud que tiene cada presupuesto.

Al final tampoco me explicas qué significaba tu pregunta sobre los churros megalómanos y lo cultos que somos o no somos.

Descubro ahora esa comparación que hiciste entre Schoenberg y el aceite de ricino. Me quedo sin palabras; mucho más después de lo de Gould.

Brasas dijo...

Es verdad que quedan un poco cursis las caritas... las tuyas salen ahí, una tras otra, adosadas a cada comentario, con la cabeciña ladeada... -por cierto, en la antigua parecías como más concentrado :D

Oye, me llama la atención que una sóla línea mía de demagogia ("que jamás pagarían de su bolsillo aunque sean ricos") te da a tí para todo un párrafo. ¡Bravo, eso es elocuencia!! xD
Sobre las subvenciones no sé qué más quieres que aclare, si ya lo dije: Hay tanto tongo que yo preferiría que no existiesen!
-Que "las hay que gestionar honestamente" es lo que vocean los mismos políticos que las dan :D-
Sobre mi pregunta, nunca pensé que te fuese a costar tanto entenderla; quería decir: ¿Crees que mejora tu nivel cultural a cada nueva escultura pública que el alcalde de tu ciudad decide encargar?
Es que así nos lo venden, más o menos, y el problema es que no nos dejan decidir si lo compramos. Esto es lo que a mí me parece un bluff cultural, una especie de nuevo "Despotismo Ilustrado" donde uno con cargo provee el alimento cultural del público pero sin que el público decida ni opine nada; hasta en los pueblos sin MUSAC o LABoral... nunca falta un "listo" o un cacique decidiendo el rancho que les tiene que gustar a los demás. (¿No es un poco de la posguerra ya eso?)

Y sobre Gould, sí que me gusta (tocando más que hablando, qué le voy a hacer) y especialmente tocando a Bach, aunque algunas cosas de Bach -(seguramente las más "innovadoras")- aún tocándolas Gould encuentro que aburren a Dios, ¡¡me pasa con ellas como con todo Schoenberg!!
De verdad, no sé por qué veis tan herético reconocer que algo es un tostón cuando realmente lo es, ocurre con muchas películas, novelas, artículos... pienso que es parte de la vida cotidiana...
No sé... me gustaría ver por un agujero cuántas horas al año escucháis a Schoenberg, o cuántos discos de Schoenberg hay en vuestras casas... ¿Cero, quizás?

Brasas dijo...

- - Y que conste: Que uses "el comodín de la derecha" no lo veo una salida de tono sino una cosa cómica; es como si acabases las balas y me lanzases el zapato xD -

Carlos Aguilera dijo...

No creo que nadie haya considerado herético el que no te guste Schönberg, Juan. La discusión -por lo menos en cuanto a mí se refiere ha ido siempre por otro lado-. Tan absurdo es ponerse snob y esforzarse en parecer culto cuando en el fondo no te gusta aquello que alabas, como infantil resulta, a estas alturas de la película, creer que todo el mundo que alaba a Schönberg lo hace para tirarse el moco.

A mí la música de Schönberg me gusta -y en efecto tengo discos de él en mi casa-, pero creo que no tiene mayor importancia dentro de la discusión, a no ser que, como planteé hace unos días aquí:

"No deja de resultar curioso que esos artistas de "ínfima demanda real" sean también "de laboratorio" y generadores de "tormentos". A ver si va a ser una mera cuestión de gustos musicales."

Por cierto que yo no tengo nada en contra de los laboratorios, tampoco de los musicales.

Un saludo.

Brasas dijo...

Sí, entre Fiasco, tú, Rubén y vuestros "mocos" respectivos, me imagino que juntáis más discos de Schoenberg que su viuda ;D

Carlos Aguilera dijo...

Pedagógico tu último comentario, Juan.

Brasas dijo...

Ya sabes, "seamos serios, pero no tanto" ...

j. aguilera dijo...

He estado un tiempo fuera de casa, y al volver me he ido a mi discoteca y he contado 6 cds de Schonberg.

Cómo lo ves Brasas, suficientes? Luego les hago una foto